A menudo encontramos dos tendencias en los padres en relación con su implicación en el tiempo de juego de sus hijos. Hay padres que compran una muñeca o un videojuego con la intención de que el niño esté entretenido y no reclame su atención. Y hay otros que guían el juego de sus hijos y les acompañan para asegurarse de que cada actividad supone un aprendizaje. Como en todo, en el término medio está la virtud.

Jugar no es sólo un pasatiempo; jugar es una actividad esencial en el crecimiento de los niños ya que les permite desarrollar áreas como la psicomotricidad, la dimensión cognitiva así como la afectivo-social. El primer acto creativo del ser humano es el juego y el juguete es su medio. Por ello, aunque es cierto es que los juguetes pueden tener fines educativos, y es muy recomendable que los tengan, en realidad utilizarlos únicamente como herramienta didáctica puede pervertir el juego.

Mediante el juego, el niño construye libremente desde la actividad espontánea y la libertad sobre su fantasía y los límites de su imaginación. El juego en sí mismo es aprendizaje y no es adecuado esperar que cada espacio de diversión cumpla con un objetivo. De hecho, esto puede provocar la frustración en el niño que lo que quiere es soñar, divagar, en definitiva, crear.

Por eso, aconsejamos a las familias y a los educadores que pongan al alcance de los niños juguetes apropiados para desarrollar su imaginación y sus futuras habilidades sociales. Y, si bien es positivo participar en el juego con ellos, es necesario dejarles experimentar sin reglas y sin expectativas. Con la única intención de jugar.

¡Quién sabe hasta donde puedan llevarnos las aventuras de nuestra ardilla rayada o las cosas que podemos aprender del león, rey de la sabana!